jueves, 13 de agosto de 2009

Madrid, entre lo castizo y lo “cool”


Madrid es una urbe cada día más cosmopolita. Pareciera que está a punto de perder su rancio encanto por la arquitectura contemporánea de las Cuatro Torres Business Area, los flamantes rascacielos que se han convertido en el nuevo emblema de la ciudad, y por las numerosas obras viales y urbanas que se están desarrollando de cara a la posible declaración de Madrid como sede de los Juegos Olímpicos del 2016, y que obligan a los peatones a sortear cualquier cantidad de obstáculos y zanjas. No hay un solo madrileño que no haya exclamado ante el cúmulo de polvo y piedras: “Hace años que no estaba Madrid tan perjudicada”.


Cuatro Torres Business Area

Por fortuna todavía quedan algunos barrios y rincones excepcionales donde podemos descubrir el lado “más castizo” de Madrid y sus viejas casonas con techos de tejas de barro y balcones cargados de geranios que nos permiten confirmar que la modernidad es tan sólo una ilusión.

Un ejemplo es Lavapiés. Lo que fue la antigua judería madrileña nos regala cada domingo su famoso mercadillo del Rastro; tabernas, como la de Antonio Sánchez, en la calle Mesón de Paredes 13, en la que aún se respira el ambiente de la tertulia literaria de toda una vida, o sus “corralas”, típicas construcciones de vivienda popular (de las que cada día hay menos en la capital española), y sus alegres patios interiores.
Lavapiés es un barrio tan multicultural que sus distintas voces nos hacen sentir como en un trocito de África; en sus plazoletas es posible escuchar más el español ecuatoriano que el castellano “duro y puro” del corazón de España, y en sus numerosos restaurantes étnicos enriquecemos nuestro paladar con una infinita variedad de aromas y sabores.
Muy cerca de ahí, vale la pena dar una vuelta por el barrio de la Paloma en cuyas plazas, como la de la Cebada, se degustan las mejores tapas madrileñas.
La gracia de Madrid es que nos sigue sorprendiendo a la vuelta de cada esquina con sus pequeños comercios de toda la vida o sus refugios gastronómicos que sobreviven al embate de lo “cool” y lo “new age”. Para todos hay un espacio en esta ciudad tan llena de energía que, en efecto, sigue agregando a su carácter internacional los acentos de otros lugares del mundo.

La Plaza Mayor de Madrid.

Por otro lado, la vida cotidiana de los españoles no se puede entender sin la presencia del “bar de la esquina”, la “tapa” o el aperitivo antes de la comida. Llueva, truena o relampagueé, se sale a la calle y se recuperan los espacios públicos para instalar mesitas al aire libre. Muchas de esas tabernas tienen el encanto de las cantinas mexicanas, como La Ópera o La Puerta del Sol, en el centro histórico de la ciudad de México. Los bares madrileños como la Casa Camacho, La Copla o La Huevería son, al igual que sus hermanos mexicanos, tribuna filosófica o mostrador de gramática castellana. Para muestra, este cartel rotulado que puede leerse en uno de estos santuarios dedicados a Baco: “Prohibido cantar, bailar, blasfemar y hablar de política”.
Es en el verano cuando las actividades se intensifican a medida que sube la temperatura y los bares abren sus puertas de par en par para recibir a los sedientos turistas que saborean una “caña” de cerveza o un vermú de grifo con pincho de escabeche. Según el Anuario Económico de España, existen en el país 320 mil 953 bares, cafeterías y restaurantes, lo que supone uno por cada 135 habitantes en promedio. Dicen que en Madrid hay más bares que en Noruega. Cierto o falso, lo que sí hay es variedad. El escritor Moncho Alpuente publicó hace algún tiempo en la revista MADRIZ, un artículo especial sobre las tabernas del barrio de Malasaña. En él, escribía: “Ni los tsunamis inmobiliarios, ni las nuevas olas, ni las duras resacas de la represión en los años de plomo, pudieron con la secular institución de la taberna”.

¡Bienvenidos a Madrid!

No hay comentarios: