viernes, 15 de mayo de 2015

Jurar en vano



“¡Te juro que no lo quería hacer!” Podría ser tu epitafio. Odiaba tanto esas palabras y, sin embargo, estoy a punto de repetirlas. No pensaba hacerlo pero recordé la primera vez que las pronunciaste. Siempre era una primera vez: el primer empujón, la primera bofetada, el primer ojo morado, la primera pierna rota…

Detestaba esas siete palabras que intentaban cicatrizar mis heridas y calmar tus culpas. “¡Te juro que no lo quería hacer!”, me decías, pero lo volvías a hacer, una y otra y muchas veces más. Y yo tenía que mentir, maquillar mi rostro, inventar una excusa. Así fue durante años, hasta que ya no pude resistir. Por eso, desde lo alto de este ciprés que sirve de atalaya a mi alma desconsolada, he decidido jurar en vano. No me lo pensé dos veces. En cuanto te vi cruzar esa puerta y andar por los estrechos caminos que vigilan decenas de ángeles de yeso y vírgenes atormentadas, supe que lo haría.

Estaba segura de que hoy vendrías a dejar las flores que tanto me gustaban, acompañado de mis llorosas hermanas que nunca me creyeron cuando les decía que Mr. Hyde habitaba detrás de tu tímida sonrisa. ¡El pobre viudo! ¡El pobre y joven y apuesto y trabajador viudo! ¡Tan buen hombre, incapaz de levantar la mano, ni en defensa propia! Por eso, en esta mañana de ruiseñores y luz de primavera, repito tus malditas palabras, “¡Te juro que no lo quería hacer!”.


Nunca se supo cómo fue que aquel rayo desgajó el trozo de lápida que limitaba mi tumba. La enorme pieza de granito que contenía la frase “Extremadamente veloz es la venganza de los muertos”, Pireo, siglos II-III d. C., aplastó tu cabeza. Los de la ambulancia no pudieron hacer nada para reanimarte. Mi alma, por fin, descansa en paz.

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