miércoles, 8 de octubre de 2008

“Que viene el lobo…que viene el lobo” o, cómo llegó la crisis a España.

Se veía venir y nadie, al parecer, quería enterarse. La crisis económica en España iba a llegar más temprano que tarde. Lo que no se sabía era qué tan rápido tocaría a las puertas de los empresarios, comerciantes y gente de a pie o de qué manera sería gestionada. Durante poco más de 12 años, España se había librado de vivir una crisis económica. Se regocijó, desde su ingreso a la Comunidad, de la llegada de dinero europeo fresco que le permitió construir infraestructuras y cimentar su modelo de desarrollo económico principalmente en la construcción y en el consumo privado, éste último afianzado no en los incrementos salariales sino en el endeudamiento de las familias. Los españoles se convirtieron en “nuevos ricos” y gozaron de una situación más o menos privilegiada respecto de otros países del área. La economía española mantuvo un crecimiento sostenido y ascendente durante mucho tiempo y esto la convertía en referente europeo… ¡hasta que llegó la crisis! Crisis que, además, tenía necesariamente que coincidir con la situación económica mundial y que comenzó en Estados Unidos, en agosto de 2007, con la morosidad de las hipotecas subprime. Pero esto no era todo.
En un reciente análisis económico de la publicación francesa Le Monde Diplomatique, se argumentaba que, por vez primera en la historia económica moderna, tres crisis de gran amplitud –financiera, energética, alimenticia– estaban coincidiendo, confluyendo y combinándose. Cada una de ellas interactuando sobre las demás y agravando así, de modo exponencial, el deterioro de la economía real. Se trata, aseguraba la editorial, de un “sismo económico de inédita magnitud”. De golpe, las economías de los países desarrollados se enfriaron. Europa, y en particular España, se encuentran en franca desaceleración y Estados Unidos está al borde de la recesión. En medio de tal desequilibrio, y muy en sintonía con la expresión española de “éramos pocos y parió la abuela”, el mundo se enfrentó a una debacle en los precios del petróleo. Con un precio del barril en torno a los 140 dólares y con la acción disparatada de numerosos especuladores que apuestan por el alza continua de un carburante en vías de extinción, es natural –por decirlo de algún modo- que los inversionistas hayan huido de la burbuja inmobiliaria apostando descomunales sumas de dinero en un petróleo cada día más caro.

En el caso español, uno de los sectores que más ha sufrido la dureza del reajuste económico es el inmobiliario. Durante el primer trimestre de 2008, el número de ventas de viviendas en España cayó el 29%. Cerca de dos millones de pisos y de chalets siguen sin encontrar comprador. El precio del suelo continua desmoronándose, mientras que los intereses hipotecarios siguen a la alza. Los españoles, creadores del género de la picaresca, han tenido que inventar medidas muy suyas para resolver los problemas; un caso muy comentado por los medios fue el de un hombre que, ante la imposibilidad de pagar la hipoteca de su departamento, decidió ponerlo a sorteo por internet. La posibilidad de entrar en franca recesión ha provocado en todos los frentes de la industria de la construcción efectos tan feroces como la destrucción de decenas de miles de empleos.

Para rematar el tema de las malas noticias, a mediados de agosto se informó que el índice de inflación (IPC – Índice de precios al consumidor) era el mayor alcanzado en casi 16 años logrando en promedio un 5.3%. Los carburantes, la vivienda y los alimentos, en particular leche, pan y huevos, lideran la subida de precios en lo que del año.

Como aporte curioso al asunto: la crisis ha duplicado las solicitudes de inmigrantes, solicitantes de asilo y refugiados que quieren retornar a sus países. En siete meses, las peticiones de vuelta voluntaria se han disparado. De acuerdo con las organizaciones no gubernamentales que facilitan el retorno de los inmigrantes, en lo que va de año, 457 personas ya han solicitado volver, frente a los 447 que lo hicieron a lo largo de todo 2007.

Si de algo se puede criticar al gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero, es a su mala gestión mediática de la crisis. Durante meses, se negó el asunto definiéndolo con una serie de eufemismos que le valieron numerosas críticas en prensa, radio y televisión. Ignacio Escolar, director y periodista del diario Público, reunió 14 maneras utilizadas por el gabinete económico y por el propio Rodríguez Zapatero para no decir crisis, entre otras: “situación ciertamente difícil y complicada”, “una coyuntura económica claramente adversa”, “brusca desaceleración”, “deterioro del contexto económico”, “escenario de crecimiento debilitado”, “periodo de serias dificultades”, “empobrecimiento del conjunto de la sociedad”, o “las cosas van claramente menos bien”.


En enero de este mismo año, y a unas semanas de las elecciones generales que le refrendarían un segundo mandato, el presidente español declaraba al periódico conservador El Mundo que evocar una situación de crisis económica era “una falacia, puro catastrofismo”. No sabemos si pecó de optimista, o no quería infundir temores a los casi 45 millones de españoles (las elecciones, recordemos, estaban a la vuelta de la esquina). El hecho es que se ha desatado una intensa búsqueda de culpables y una rabiosa campaña contra el gobierno socialista por parte de la derecha española por no haber sabido manejar la crisis.

La crisis económica mundial era un hecho. Que muchos no hayan querido darse cuenta, es otra cosa. Por eso, conviene aprender del buen o del mal ejemplo para evitar caer en las mismas circunstancias. O, como bien dice aquel refrán: “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, echa las tuyas a remojar”.

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