Hora punta en la línea de autobús 32 con destino a Grassina. Un hombre mayor, robusto, con aire de galán de otros tiempos, como de película de Fellini, esta sentado frente a una mujer madura y sonriente. Ambos conversan, él le cuenta una historia y la hace reír. Mientras tanto, la gente intenta subir en un autobús cada vez más lleno y encontrar un espacio.
El hombre mayor empieza a entonar una vieja canción de amor italiana. Ella sonríe, le da las gracias y baja en la siguiente parada. Obviamente, no viajan juntos. El viejo no se amilana y, a pesar de los empujones de los pasajeros y los frenazos del conductor, sigue cantando con su gastada pero afinada voz de tenor. Esa balada, con seguridad, le trae recuerdos de otras épocas, de cuando él era joven y era amado. Algunos le escuchan, otros esbozan una risita de condescendencia, un hombre de mediana edad y de apariencia obrera, como sacado de una película de Passolini, ocupa el lugar que la mujer ha dejado.
El hombre mayor empieza a entonar una vieja canción de amor italiana. Ella sonríe, le da las gracias y baja en la siguiente parada. Obviamente, no viajan juntos. El viejo no se amilana y, a pesar de los empujones de los pasajeros y los frenazos del conductor, sigue cantando con su gastada pero afinada voz de tenor. Esa balada, con seguridad, le trae recuerdos de otras épocas, de cuando él era joven y era amado. Algunos le escuchan, otros esbozan una risita de condescendencia, un hombre de mediana edad y de apariencia obrera, como sacado de una película de Passolini, ocupa el lugar que la mujer ha dejado.
El recién llegado observa y escucha; le mira de reojo con cierta desconfianza, hasta que el abuelo termina de cantar. Entonces, se establece un hilo invisible de energía y se rompe el hielo entre ambos dando inicio a una conversación conmovedora. Sin saber por qué, los dos están a punto de compartir sus historias dentro de un autobús bamboleante. El hombre mayor le confiesa al obrero passoliniano que él, alguna vez, también fue joven y fuerte; que disfrutó de la vida y del amor, que fue un entusiasta deportista y, para demostrárselo, saca de su ajada cartera una vieja fotografía en blanco y negro donde se le ve con cuerpo musculoso, como de “Charles Atlas”. Pero los años lo han obligado a usar bastón, moverse con dificultad y, de alguna manera, estar solo. Entonces, el joven obrero, le confiesa que él, en cambio, aunque posee la juventud y ama el deporte padece una discapacidad que le impide hacerlo. Ambos filosofan sobre las contradicciones de la vida, lamentan sus particulares circunstancias y comparten, dentro de un autobús lleno de pasajeros cansados y frustrados, lo que tienen en común, a pesar de sus obvias diferencias.
El filosófico diálogo continúa unas calles más, hasta que nuestra “vieja gloria del boxeo” llega a su destino. Con dificultad se levanta, se despide cortésmente de su nuevo amigo y baja del autobús de la línea 32 con destino a Grassina. Mientras, el joven personaje de Passolini lo sigue con la mirada, atento a los pasos del viejo y despidiéndose con una sonrisa fraternal, como de alguien que sabe con certeza que él también será, algún día, ese hombre mayor que canta canciones de amor a quien quiera oírlas.