sábado, 13 de diciembre de 2014

Una partida de ajedrez

 
 
En el mundo real, como en el ajedrez, el poder se ejerce como un duelo de voluntades. Es un campo de batalla donde los contrincantes se enfrentan sin tregua. Podría decirse que sin misericordia, con el único afán de ganar territorios y obtener la cabeza del otro.
 
Son hombres los que, generalmente, ejecutan los designios del poder. Bajo una máscara de afable urbanidad, ellos deciden quienes son torres y alfiles, a qué rey proteger o sacrificar. Como los individuos de la imagen, los poderosos -amables y educados- saben que un simple movimiento en el tablero puede desencadenar una guerra.
 
Lo que ellos ignoran es que su dominio es relativo y que no se puede vencer a la humanidad tan fácilmente. Porque, entre tanta desolación, de repente, surge la sonrisa clara e inocente de un niño. Como el pequeño de la fotografía, que emerge de entre los escombros por una calle rota, como su porvenir.
 
En cualquier situación de crisis, ya se trate de guerras, pobreza o catástrofes naturales, los niños son las mayores víctimas. Aunque también es cierto que ellos nos recuerdan que la vida sigue. Son criaturas vulnerables emocionalmente, pero luego descubren una bicicleta y son capaces de alcanzar un momento de felicidad.
 
El niño de la imagen, un simple peón en el tablero de ajedrez, ha decidido seguir jugando. No importa que nadie lo acompañe en la partida. A pesar del barrio devastado donde vive, él se divierte y nos enseña que, con un poco de alegría, es posible hacer un Jaque Mate perfecto a la desgracia.
 
 
 

sábado, 29 de noviembre de 2014

De puertas adentro



A las 7 de la mañana del 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8,1 grados en la escala de Richter devastó el centro de la ciudad de México. Nunca se supo cuántos muertos hubo. Se especuló con diferentes cifras: desde los seis mil y pico que dieron los medios oficiales, hasta los 27 mil registrados por los organismos internacionales. Doscientos cincuenta edificios fueron destruidos y más de 500 quedaron gravemente dañados.

Es doloroso ver cómo se parecen las ciudades arrasadas por la guerra a las destruidas por un terremoto. Da igual. Esta imagen, que podría pertenecer a una zona en conflicto, me recuerda el estado que guardaban cientos de fincas cuando salí a recorrer las calles aquella mañana de septiembre. Como en la foto, numerosas fachadas cayeron dejando al descubierto las historias, los sueños, los recuerdos y las miserias de miles de individuos. Es como si, de repente, a plena luz del día, alguien te arrancara la ropa dejándote en bragas. Te da un poco de vergüenza mostrar las grietas y el desorden; la cama a medio hacer y el montón de cajas sin acomodar.

“De puertas adentro” es una expresión imposible de concebir al mirar esta fotografía. La intimidad deja de existir. Lo privado se vuelve público ante la curiosidad de los mirones. Y una se pregunta: ¿Quién habrá vivido en la primera planta? ¿Se habrá salvado la vieja del tercero?

Por los dibujos de lo que fue la escalera, se nota la mano de aquel adolescente del segundo derecha que molestaba a los vecinos. También se respira la pobreza de los inquilinos que no pudieron reunir el dinero para cepillar la madera de las desvencijadas puertas. Claro que nunca falta quien decide plantarle cara a la estrechez y pintar de verde y amarillo las ventanas de su vivienda.

Es la imagen de la desolación. De vidas truncadas. De historias rotas. De lo que fue y no volverá a ser. Es la fotografía que nos recuerda que nada ni nadie volveremos a ser los mismos. Nunca más. Como sucede en las ciudades en pie de guerra. Como les ocurrió a quienes, alguna vez, habitaron las entrañas de estas casas.

martes, 25 de noviembre de 2014

6 de cada 10 mexicanas sufren violencia de género


De acuerdo con el último informe de la Organización Mundial de la Salud, 6 de cada 10 mexicanas, mayores de 15 años, han sido en algún momento víctimas de violencia de género. Esta alarmante cifra pareciera demostrar que este tipo de violencia está instaurada en México.

En opinión de Ana Güezmes, representante de ONU-Mujeres en el país, los homicidios de mujeres en México siguen a la orden del día. Tan es así que la violencia de género tiene dimensiones de pandemia: al menos 6.4 feminicidios se cometen al día, según datos del 2010. Según esta funcionaria, los crímenes de mujeres se concentran principalmente en las localidades como la violenta Ciudad Juárez y Chihuahua, en Chihuahua, Tijuana, en Baja California; Culiacán, en Sinaloa, y Ecatepec de Morelos, en el Estado de México.

Todos y todas a luchar contra la violencia de género

Según datos del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), los actos violentos, que pueden ser físicos, emocionales, económicos, sexuales, familiares, patrimoniales, laborales o escolares, así como el feminicidio y la trata de niñas y adultas, deben ser castigados. Sin embargo, en solo 26 entidades del país, la violencia de género está tipificada legalmente. De hecho, uno de los retos más importantes en la lucha contra los feminicidios es la tipificación como delito en todos los estados, y la homologación de las penas.

Condiciones injustas para las mujeres

Para esta defensora de los derechos femeninos, en el país las mujeres aún se ven relegadas a un segundo término en su nivel de ingresos, ganando hasta un tercio menos que los hombres incluso contando con estudios medios y superiores. Además, no tienen ni una sola representante gobernadora.

Por su parte, Ricardo Bucio, presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), explica que para erradicar la segregación de las mujeres hay que establecer mejores marcos legales, sistemas de defensa y protección eficaces, campañas de promoción de la diversidad, más educación, políticas públicas y otros lineamientos y criterios de acción de procesos de cambios culturales.

Sea cual sea la opinión de cada quien, el hecho es que diariamente 6 mexicanas son asesinadas en el país sin que, al parecer, nadie haga nada.

 

viernes, 14 de noviembre de 2014

Yahara y los selfies


¿A quién observa el pequeño mono araña? ¿Qué ven sus ojillos asustadizos que contrastan con la serena mirada del amo? ¿Por qué se aferra a la cabeza del niño? Si pudiésemos leer la primitiva mente del animal, diríamos que no se fía de los individuos que tiene enfrente. Quizá porque se parecen demasiado a quienes lo dejaron huérfano y sin casa. Sin embargo, él no sabe que estos hombres han venido al corazón de la selva amazónica brasileña por otro motivo: fotografiar a la tribu awá, una de las más amenazadas del planeta debido a la deforestación descontrolada.

¿Y el niño? ¿Tampoco confía en estos hombres? Con atención mira la lente de la cámara que le intenta robar, no ya el alma, sino un trozo de imagen. Sus ojos observan con cautela y curiosidad. Quieren descubrir lo que el fotógrafo tiene entre las manos. Acaso pretende asomarse a la pequeña ventana del aparato.

Por la cercanía del rostro y la nitidez de la imagen, alguien muy moderno o demasiado joven diría que se trata de un selfie. Esa moda tan de mal gusto que ha inundado las redes sociales de rostros ridículos. Hasta el término suena mal: selfie. En efecto, alguien podría afirmar que la estética de esta foto coincide con la tendencia visual del momento, si no fuera porque ha sido tomada por uno de los mejores fotógrafos del mundo: Sebastiao Salgado.

Este joven de ojos negros, que podría pasar por un varón o una hembra, se llama Yahara. Afortunadamente, no sabe lo que es un selfie y lo más seguro es que nunca lo sepa. Y aunque lo supiera, es difícil que su cabeza, acostumbrada a contar árboles y ríos, se haga una idea de lo que es “colgar” cada día 93 millones de autofotos. Yahara solo sabe colgarse de las lianas. Para su fortuna, las únicas nubes que conoce son las que cruzan el cielo desatando tormentas de vez en cuando.

Dice el escritor mexicano Jordi Soler que, desde la perspectiva del hombre primitivo, el selfie sería “el acto por medio del cual una persona se roba el alma a si misma, como quien se roba su propia cartera”. Inquietante opinión.

¿Y pensar que Facebook es la mayor red social de imágenes con más de 240 mil millones de fotos publicadas? La perturbadora cifra nos pone la piel de gallina. En todo caso, si pudiéramos pedirle algo a este joven amazónico sería no asomarse demasiado a este mundo de imágenes desacralizadas, robadas a golpe de teléfono móvil. No vaya a ser que, en medio de tantas, el alma se le pierda.

Regresemos a la fotografía de Sebastiao Salgado. El ángulo que forman las dos miradas, la del mono, dirigida hacia la derecha, y la del niño, que observa de frente, nos ofrece un abanico de posibilidades para inventarnos más de un fábula. Como ésta: la de Yahara y el mono araña, cuyos ojitos encendidos como dos pequeños tizones parecen alertar de que la presencia de hombres blancos en la tribu nunca traerá nada bueno.

 

martes, 11 de noviembre de 2014

Nuria y sus 15 minutos de fama



El golpe fue seco. Se le nubló la vista. Las piernas le flaquearon. Cayó de bruces sobre la pancarta que reivindicaba sus derechos.

Los recortes habían llegado hasta la mejor institución científica del país. Muchos investigadores, casi todos jóvenes, ya habían emigrado. Otros, con más años y menos posibilidades de encontrar un futuro mejor, como Nuria, decidieron plantarse y defender lo que quedaba.

Aquella mañana, ella salió de casa para reunirse con los compañeros que, por enésima vez, tomaban la calle para protestar por el inminente cierre de su centro de trabajo. Nuria intuía que la movilización de aquel día iba a ser diferente de las demás. Algo le decía que el ambiente estaba demasiado caldeado y los nervios al borde del estallido. Al reunirse con los colegas, su intuición se confirmó: un número desproporcionado de policías antidisturbios rodeaba el edificio del Parlamento, lugar donde habían previsto entregar el pliego de demandas.

Nuevos colectivos se unieron a la marcha. Había consignas que iban subiendo de tono y carteles que protestaban por la privatización de los servicios públicos, o el aumento de las tazas universitarias. En efecto, algo estaba a punto de estallar. Y estalló.

Nunca se supo quién encendió la mecha. Lo cierto es que los manifestantes empezaron a correr por todos lados intentando esconderse en algún portal, o llegar a la boca del metro. Nuria no enteró cómo quedó varada en el centro del caos. Nunca pudo recordar cómo fue el ataque. Solo sintió un duro golpe en la cabeza. Y todo se volvió negro.

Durante dos meses, permaneció en coma en el Hospital de La Paz. Sin quererlo, se había convertido en el símbolo de aquel mitin. La fotografía que la mostraba derribada en mitad de la avenida, en una posición imposible como de muñeca dislocada, y abrazando una pancarta ensangrentada en la que sobresalía la frase Solo pedimos Justicia, ganó el Premio Nacional de Fotoperiodismo. Los medios de comunicación nacionales y extranjeros replicaron la imagen cientos de veces y las redes sociales, millones. Se hicieron camisetas y afiches. Inclusive, un trasnochado grupo de filiación maoísta-leninista la adoptó como emblema.

Dos meses después, Nuria despertó. Abrió los ojos y recorrió con la mirada aquel cuarto blanco que no reconocía. Con cierta angustia, movió los ojos de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Clavó la vista en la lámpara del techo. Se mojó los labios resecos. Movió un dedo, luego la mano entera. Sintió el cuerpo dolorido y comenzó a llorar.


En cuanto se supo que había despertado, decenas de periodistas y fotógrafos de prensa, radio y televisión se instalaron en las puertas del hospital. Buscaban la imagen exclusiva de aquella “mujer-mártir” que logró, por fin, reconciliar a las autoridades con los manifestantes; de la “mujer-milagro” que detuvo el cierre del mejor centro científico del país, de la “mujer-santa” que estaba en boca de todos.

Cuando salió del hospital, cientos de personas la esperaron llenándola de flores y agradecimientos, de estampitas de vírgenes y santos. Los programas de opinión de más alta audiencia la invitaron a sus platós. Los mejores (y peores) periodistas del momento la entrevistaron. Las revistas del corazón intentaron hurgar en su vida privada. Toda esa atención era nueva para ella. Nueva e incómoda.

"Aprovecha tus 15 minutos de fama", le dijo el productor de un conocido programa de televisión que se encargaba de convertir sueños en realidad. "Este es tu momento, disfrútalo”, le soltó una fotógrafa que le había propuesto salir desnuda en una conocida revista erótica.

Nuria no se dejó conquistar. Con la misma dignidad con la que había ingresado en el hospital dos meses atrás, rechazó el oropel que a manos llenas le ofrecieron los medios y las redes sociales. Nadie pudo convencerla de convertirse en un fenómeno mediático.

Seis meses más tarde, Nuria se incorporó a su laboratorio. Regresó a su mundo de microscopios y probetas, de cobayas y batas blancas. Recuperó su pequeño cubículo con olor a formol y atiborrado de revistas científicas. Abrió una de las jaulas, sacó una rata blanca y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

 

lunes, 6 de octubre de 2014

¿Por qué el ébola mata más a las mujeres?


 


El ébola ya no es una epidemia que afecta solamente al continente africano. Recientes informes indican que el virus ya ha llegado a países desarrollados, como Estados Unidos, y que se encuentra a las puertas, o más propiamente dicho, en las fronteras de muchas naciones como México. En España, dos misioneros españoles han muerto en Madrid a causa del brote de ébola de África occidental.

De acuerdo con el diario estadounidense The Washington Post, entre el 55 y el 60% de las personas fallecidas por ébola en Guinea y Sierra Leona durante esta reciente epidemia han sido mujeres. En Liberia, las autoridades sanitarias situaban en un 75% el número de éstas. A pesar de que no se dispone de datos estadísticos desagregados por sexo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha confirmado que el número de fallecidas de ébola es superior al de hombres, y que este desequilibrio no tiene relación con causas biológicas, sino con sus diferentes roles sociales.

Las mujeres, las primeras víctimas

¿A qué se debe esto? A que las mujeres son responsables del cuidado de los miembros de la familia cuando enferman, les cocinan, los limpian y lavan su ropa, lo que supone un importante factor de riesgo de una enfermedad cuya vía de contagio es el contacto directo con los fluidos de la persona enferma, como es el caso del ébola.

Además, son mayoritarias en puestos de enfermería y limpieza en los centros de salud, que son los más expuestos al contagio. Las mujeres son las que atienden los partos y las que suelen realizar la preparación tradicional de los cadáveres para ser enterrados. Además, cuando están embarazadas, su mayor contacto con los entornos sanitarios aumenta su riesgo de contagio. En palabras de la investigadora Martha Anker, “durante un brote en el Congo en octubre de 2003, un investigador preguntó a un grupo de hombres cómo evitaban contraer ébola, y ellos respondieron que se aseguraban de que las mujeres cuidasen a los enfermos, protegiendo así a los varones de la infección”.

“El ébola es una enfermedad cruel”

Así lo sentencia la antropóloga española Almudena Mari Sáez, que ha investigado las fiebres hemorrágicas de lassa y ébola en Guinea y Sierra Leona y ha participado en el control de la epidemia en Guinea para la organización Charite-Berlin. “En una familia pueden morir siete miembros de ébola. El duelo que hay que hacer y lo que eso representa es diferente a que muera un solo miembro de malaria”, explica la antropóloga.

Pero, además, es una enfermedad cruel porque nos pide abandonar a nuestros seres queridos. “¿Qué harías tú si de repente te dicen que no vuelvas a tocar a tu madre? ¿Seguirías abrazándola? ¿Y si vomita la ayudarías? Uno de los mayores problemas con el ébola es ése: introduces normas muy drásticas, contrarias a la vida cotidiana y emocionalmente muy difíciles”, apunta Mari Sáez.

Falta de campañas educativas

Los investigadores insisten en que uno de los mayores errores que ha favorecido la expansión de la enfermedad ha sido precisamente de comunicación, en especial, el desarrollo de campañas informativas sobre el virus y de sensibilización. Por desgracia, se ha visto que, aunque hubiera una estrategia de comunicación, los hombres son quienes predominan en las reuniones informativas para el control de los brotes, a pesar de que las mujeres son las principales cuidadoras de los miembros enfermos de la familia, y por tanto se encuentran en situación de mayor riesgo.

Según recomendaba Anker desde la OMS, durante los brotes, “es importante que las mujeres que se preocupan por la salud de los enfermos fuera de los centros de salud sean informadas sobre cómo protegerse a sí mismas”. Otras medidas serían: ofrecer una mayor capacitación y empoderamiento de las enfermeras en el control de las infecciones, permitiéndoles iniciar protocolos de protección. Dotar de instrumentos de protección a las matronas, que van a seguir encargándose de atender los partos a pesar del brote, es otra de las medidas que deberían ponerse en marcha en la que coinciden sanitarios y antropólogos.

Como bien lo definió la periodista Jina Moore: “El ébola es un asesino despiadado. Exige lo que para la mayoría es una respuesta implacable al sufrimiento: la distancia”.

 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Sabes reconocer un micromachismo?



Existen distintos grados de machismos. Los hay más evidentes y que no son aceptados por la mayor parte de la sociedad; pero también ocurren a través de ciertas actitudes arraigadas en nuestra propia cultura, de menor gravedad pero con el mismo tronco.

Se trata de un término acuñado en 1991 por el psicoterapeuta argentino Luis Bonino Méndez para dar nombre a prácticas también conocidas como “pequeñas tiranías”, “violencia blanda, suave'” o de “muy baja intensidad”, “machismos invisibles”, “sexismo benévolo” o “microagresiones” basadas en el género, esto es, maniobras más o menos puntuales de lo cotidiano y casi imperceptibles y ocultas para las mujeres que las padecen. Seguro que si preguntas por ahí, muchas de tus compañeras ni siquiera las considerarían como actitudes machistas.

Un ejemplo de micromachismo

El blog MicroMachismos de la periodista española Ana Requena, publicado en eldiario.es, quiere ser un espacio “para rastrear y denunciar los machismos cotidianos y tantas veces normalizados”. Y, agregaríamos, muchas veces justificados y legitimados por el "no fue para tanto", por la vergüenza que una mujer siente de contarlo, por el malestar denso y pegajoso con el que se queda. En su blog, Requena ofrece numerosas muestras de anuncios que contienen micromachismos, así como de testimonios de mujeres que los han vivido en la propia piel.

Un ejemplo de micromachismo que recientemente desató una gran polémica en Holanda, un país respetuoso con la igualdad de género, fue el comentario de Hans van der Linde, dueño de una empresa de catering encargada del servicio durante la Cumbre Nuclear que se desarrolló en Ámsterdam. Según él, había optado por "uniformidad" de género del equipo. "Si añades tres rubias platino a un grupo de 20 hombres, la imagen que queremos dar se estropea", justificaba.

Micromachismos en la vida cotidiana

En nuestra vida cotidiana, hay numerosas muestras de abusos: hombres que se detienen a mirar cómo te estacionas mientras niegan con la cabeza, o en el estacionamiento público cuando tratan de “alburearte” preguntándote “¿Se lo lavo, señito?”, por mencionar algunos.

De acuerdo con Bonino, muchos de estos comportamientos no suponen intencionalidad, mala voluntad ni planificación deliberada, sino que son hábitos de funcionamiento frente a las mujeres que se realizan de modo automático, sin reflexión alguna. Otros en cambio sí son conscientes, pero en uno y otro caso siempre atentan “contra la autonomía personal de la mujer".

Bonino, que se ha especializado en el abordaje clínico y preventivo de las problemáticas de mujeres y varones asociadas a su socialización de género, señala que “las mujeres se sienten deterioradas en su estima personal y autonomía y los hombres sufren las consecuencias de no conseguir someter plenamente a la mujer".

Tipos de mM (microMachismos)

Con objeto de describirlos adecuadamente, Bonino establece cuatro categorías de mM que se dan en las parejas:

  1. Los mM directos, aquellos en los que el hombre usa la fuerza moral, psíquica, económica o de su personalidad para intentar doblegar a las mujeres y convencerlas de que la razón no está de su parte: atemorizar a la mujer mediante el tono de voz, la mirada o los gestos; tomar decisiones importantes sin contar con ella; anular las decisiones que ella ha tomado; controlar su dinero o sus gastos; monopolizar el sofá y el mando de la tele; obtener lo que se quiere de ella por cansancio, ganarle por agotamiento.
  2. Los mM indirectos, maniobras súper sutiles que llevan a la mujer en la dirección elegida por el hombre y se aprovechan de su pensamiento confiado: silencio, aislamiento y mal humor manipulador; puesta de límites, desautorización, dobles mensajes afectivo/agresivos; autoindulgencia y autojustificación, echar balones fuera, hacerse el tonto y el bueno, engaños y mentiras; no respetar sus sentimientos, controlar sus horarios, sus citas y sus actividades, poner pretextos a que salga o se relacione con su familia o amistades; poner en duda su fidelidad, considerar que es como una niña que necesita ser cuidada y protegida, poner excusas para justificarse (yo no quería, no me di cuenta, ha sido culpa de mi trabajo).
  3. Los mM de crisis: hipercontrol, rehuir la crítica y la negociación, victimismo, darse tiempo, dar lástima. Engañarla, mentirle o no cumplir los acuerdos; amenazar con abandonar la relación o con iniciar una aventura con otra; no valorar o no dar importancia a las tareas o actividades que ella realiza; dar lástima (sin ti no sé qué hacer, si tú no estás me pasará algo malo).
  4. Los mM utilitarios: considerar, por ejemplo, que su papel fundamental en la vida es ser madre; desanirmarla o impedirle que estudie o trabaje; no asumir la responsabilidad o las tareas de la casa, del cuidado de los hijos.


Como verás, los micromachismos no son tan “micro” como parecen. ¿Tienes otros ejemplos? Compártelos y denuncialos.

 

martes, 11 de febrero de 2014

Detrás de una guerra, siempre hay un hombre


 

Les guste o no a los varones que lean este artículo, es un hecho demostrable que la violencia y las guerras han estado dominadas siempre por los hombres. No lo afirmamos nosotras las mujeres, lo acreditan las estadísticas de numerosos organismos internacionales serios y responsables.

En su más reciente colaboración para el diario español El País, el politólogo José Ignacio Torreblanca compartía con sus lectores una serie de cifras tan contundentes sobre la violencia ejercida por el género masculino, que nos dejó con ganas de compartir algunos datos. Solo por mencionar uno: según Naciones Unidas, el 70% de las mujeres han experimentado alguna forma de violencia a lo largo de su vida, una de cada cinco de tipo sexual. Y lo que es aún más increíble, las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidad de ser atacadas por su pareja o asaltadas sexualmente que de sufrir cáncer o tener un accidente de tráfico.

Podemos prohibir las bombas, pero detrás siempre hay un hombre

Así rezaba uno de los epígrafes del artículo de Torreblanca. Y es que la cruda realidad afirma que el ser humano, desde hace milenios, ha demostrado una increíble capacidad de matar, y, además, de hacerlo en masa y sostenidamente. Para ello se ha servido de cualquier cosa a su alcance: un machete, un AK-47, explosivos convencionales o bombas atómicas.

La historia militar, argumenta el especialista, no deja lugar a dudas: “los ejércitos han estado formados por varones, que han sido los ejecutores casi en exclusiva de este tipo de violencia, y sus principales víctimas”. Alguien podrá argumentar que dentro de muchos grupos guerrilleros y bandas terroristas han participado mujeres, “a veces muy sanguinarias”; sin embargo, “la violencia bélica en manos de las mujeres ha sido una gota en un océano”. El resultado: “solo en el siglo XX, las víctimas de estos conflictos desencadenados y ejecutados por varones se cobraron la vida de entre 136 y 148 millones de personas”, agrega Torreblanca.

La peor vergüenza de una guerra: las violaciones

Según este especialista, la violencia sexual contra las mujeres es omnipresente, ha sido alentada como arma de guerra y constituye uno de los capítulos más vergonzosos, y más silenciados, de la historia de los conflictos bélicos.

Para nuestra desgracia, esta violencia sexual ocurre en todos los países que están en guerra. De acuerdo con cifras de la ONU, hoy, en pleno siglo XXI, en la República del Congo han ocurrido alrededor de 200.000 violaciones, una cifra similar a la ofrecida para Ruanda. Recordemos que, “en el corazón de la Europa educada, la violación también fue un arma de guerra interétnica en el conflicto de la antigua Yugoslavia, donde se estima que entre 20.000 y 50.000 mujeres fueron violadas”, señala Torreblanca. A esta barbarie hay que agregar: el aborto selectivo de niñas, los crímenes de honor, el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual o la mutilación sexual, que afecta a 130 millones de mujeres.

La violencia sexual ejercida contra las niñas y las mujeres en las zonas de conflicto ha sido tan abrumadora que en su Resolución 1.325 de 31 de octubre de 2000, la Organización de Naciones Unidas hizo visible por primera vez la necesidad de una protección explícita y diferenciada para las mujeres y las niñas en escenarios de conflicto, así como la contribución fundamental que las mujeres hacen y deben hacer en lo relativo a la resolución de conflictos y la construcción de la paz.

¿Es el hombre un arma de destrucción masiva?

Esto se preguntaba el articulista de El País al analizar una realidad que es incontestable: “los varones matan y se matan, mucho, y ejercen mucha violencia contra las mujeres”.

En Estados Unidos, las estadísticas señalan que el 90% de todos los homicidios cometidos entre 1980 y 2005 lo fueron por hombres, mientras que solo el 10% por mujeres; en España, por poner otro ejemplo, la población penitenciaria está compuesta en un 90% por hombres y en un 10% por mujeres. Finalmente, José Ignacio Torreblanca aseveraba: “podemos prohibir las armas largas, las armas cortas, las minas antipersona, las bombas de fósforo o de fragmentación, las armas bacteriológicas, químicas y nucleares, pero al final estaremos siempre en el mismo sitio: detrás de cada arma habrá un varón”.

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