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Esto no tendría ninguna particularidad, si Juliette no fuera seropositiva de nacimiento. Su madre, infectada por una transfusión sanguínea, murió de SIDA hace 9 años. Juliette nació con el virus dentro de su pequeño cuerpo. Para su fortuna, ella tiene un padre que la adora y vive en un país donde puede acceder a los costosos medicamentos y a los adelantos científicos que diariamente intentan encontrar una cura a la epidemia que, desde su llegada a nuestras vidas, ha infectado a 50 millones de hombres, mujeres y niños en el mundo, de los cuales 16 millones han muerto.
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Las estimaciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas para el siglo XXI indican que habrá 14 millones de mujeres infectadas con el virus; 4 millones habrán muerto por esta causa y 10 millones de infantes quedarán huérfanos por tal motivo. El SIDA sigue cobrando millones de vidas, particularmente de niños y mujeres, es decir, la población más
vulnerable y pobre del planeta.
En México, según información del Centro Nacional para la Prevención y Control del SIDA (CENSIDA) existen 220 mil personas adultas infectadas con el virus de inmunodeficiencia.
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En México, según información del Centro Nacional para la Prevención y Control del SIDA (CENSIDA) existen 220 mil personas adultas infectadas con el virus de inmunodeficiencia.
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¿Por qué comenzamos este artículo con el relato de Juliette? Porque ella es parte de estos fríos números. Juliette lo sabe, pero prefiere seguir con su vida cotidiana llena de juegos y aventuras al lado de su padre. Ambos luchan todos los días contra el virus porque la niña debe mantener un estricto régimen de medicamentos antivíricos, complementos vitamínicos, alimentos y ejercicio que le permitan hacer una “vida normal”.
Pero, sobre todo, porque casos como el de Juliette y su padre ilustran la parte humana de lo que no es noticia. Porque la entereza, el amor y la tenacidad de su pequeña familia la han convertido en un ser humano fortalecido que vive con la esperanza de que su mal tiene cura a pesar del estigma social de vivir con el VIH.
Pero, sobre todo, porque casos como el de Juliette y su padre ilustran la parte humana de lo que no es noticia. Porque la entereza, el amor y la tenacidad de su pequeña familia la han convertido en un ser humano fortalecido que vive con la esperanza de que su mal tiene cura a pesar del estigma social de vivir con el VIH.