Paralizado
como estoy desde hace años, la perturbadora presencia de mi madre es mi única
compañía.
…
Acaba
de salir de casa. Es la clienta favorita de Rosa, la chica que vende lanas en
la calle del Perill. Es una buena tejedora pero un mal bicho, mi madre. Cuando la
observo me pregunto dónde quedó su belleza. Aquel cuerpo estilizado de piernas
perfectas que eran la envidia de la familia y el barrio. Sus largas y
seductoras piernas, “igualitas a las de Marlene Dietrich”, decía entre risas.
Hoy, se han convertido en dos escuálidas y retorcidas hilachas que soportan el
peso de un abultado vientre, cada vez más grande y redondo.
Desde
la muerte de papá, ella quedó muy tocada. Estaba convencida de que él regresaría
de uno de sus tantos viajes y lo esperaba tejiendo y destejiendo sueños e
ilusiones. Los médicos le diagnosticaron algo así como un complejo de Penélope.
Poco a poco, se fue transformando en un ser sigiloso, pero sombrío. Siempre
vestida de negro. Siempre enganchada a su inacabable tarea, creando su propia
mortaja y arrastrándome a este delirio en el que vivimos.
…
Mis
ojos tropiezan con una fotografía de mis padres. ¡Qué guapos eran! Ella, sobre
todo. ¡Por Dios, qué fue de esos brazos tan cálidos que me acunaban! Aquellas
manos que me acariciaban de niño. Deformadas por la artritis, ahora parecen
unas tenazas de dedos huesudos que no cesan de moverse, hilando y deshilando
las mejores lanas de Australia.
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De
niña, a mi madre le gustaban los insectos. Le cautivaba observar a las
arañas del jardín tejer sus delicadas telas para atrapar a moscas y grillos.
Muchas veces, ella misma les facilitaba las presas. Le excitaba ver cómo las
devoraban, poco a poco, con ese “crac, crac” casi imperceptible.
Yo,
de niño, tuve una tarántula que se llamaba Lola. Aprendí que son carnívoras, ágiles,
fuertes y algunas son venenosas. Lola era mi única amiga porque mamá no me
dejaba salir a jugar al parque. Aunque fui un niño sobreprotegido y enfermizo,
salí adelante y fui feliz. Estudié una carrera, me fui a Estados Unidos, tuve
una novia y cuando me iba a casar con ella, ¡zaz! mi madre me avisó de que papá
había muerto. Nunca supe de qué.
…
Ha
llegado. Lo se por el chirrido de la puerta. Nunca escucho sus pasos.
Desde
este rincón donde estoy inmovilizado, veo acercarse su diminuta cabeza anclada
a ese inmenso cuerpo en el que no existe un milímetro de cuello. Una cabecita
de la que sobresalen sus ojillos inquietos y una mueca que pretende ser sonrisa
y de la que destacan dos pequeños colmillos. Viene a darme el beso de las
buenas noches. Me aterra su presencia.
…
A
veces me gustaría soltarme, pero ya no tengo más fuerza. Estoy atrapado en esta
maldita red de sedas, linos y algodones que mi madre me ha tejido…desde
siempre.