Era una noche sin luna. Escuché que
alguien venía hacia mí. En la esquina encontré al dueño de aquellos pasos. Nos
vimos. Un brillo surcó el espacio. El tiempo se detuvo. Me clavaste una mirada
y yo no pude hacer otra cosa que robarte el corazón.
martes, 8 de agosto de 2017
sábado, 5 de agosto de 2017
Cambio climático
La puerta del ascensor se abrió y lo que descubrí en su
interior me dejó helada. En medio del estrecho cubículo encontré un trozo de
iceberg.
¿Por qué estoy segura de que se trataba de un cacho de
iceberg y no de un simple pedazo de hielo? Pues, porque en algún lugar había
leído que hay gente que últimamente encuentra témpanos de distintos tamaños en
muchos sitios insospechados del planeta. Algunas personas aseguran haberse
tropezado con enormes fragmentos hasta en el portal de sus casas. Incluso, hay
quien dice que nuestras costas no tardarán en desaparecer bajo el manto de agua
gélida que se aproxima cada vez más desde el norte. Yo, la verdad, no sé qué
pensar. Algunos opinan que son tonterías. Sin ir más lejos, mi vecino del primero
derecha, el que tiene un primo científico, afirma que estas noticias son tan
exageradas como decir que descendemos del mono, vaya.
Por otra parte, según la Enciclopedia Británica, el
iceberg se caracteriza por su transparencia, brillo y estructura, y el cachito
del ascensor era una especie de cuarzo cristalino, de fino brillante y con
destellos glaciales. Precisamente, cautivada por esa extraña belleza, lo recogí
con sumo cuidado, lo llevé a casa y me hice con él un delicioso gin tonic, ideal para mitigar estos
calores invernales.
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