“Los italianos son más vivos que el hambre”, decía Enrique Pinti, humorista argentino, quien señalaba que eran capaces de venderte cualquier cosa, desde lo más sublime hasta lo más vulgar, aduciendo siempre el valor histórico, artístico o estético de las cosas. La costra de suciedad que cubre algunos muros de las iglesias renacentistas se convierte en “la pátina del tiempo” para los italianos; en los puestos del mercado, con la mejor de sus sonrisas, te venden una sencilla salsa de pesto como una obra desconocida de Leonardo (y así te la cobran); la mitad de los templos e iglesias toscanas se encuentra en plena rehabilitación, pero el precio de entrada es el mismo que si se encontrara en la etapa más resplandeciente de su vida.
Una visita obligada, aunque cara, es la Academia donde se localiza el magnífico David de Miguel Ángel y sus cuatro “esclavos”, figuras inacabadas de indudable valor artístico. El David es otra cosa: puedes sentarte horas contemplándolo desde todos los ángulos posibles. Dentro de la sala hay una animación en 3D de la escultura que puede ser manipulada a través de una computadora y que nos permite “viajar” por el enorme cuerpo de 5 metros de altura y realizado en un solo bloque de mármol blanco. ¡Es una gozada!
Un día lluvioso y frío que, sin embargo, nos regaló un atardecer inolvidable sobre el río Arno y que aquí compartimos con ustedes. Con cielos como éste, uno es capaz de perdonarle a los “tanos” esa seducción que a veces puede caer en aires de suficiencia o en el más absoluto cinismo.
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Mañana no se pierdan nuestro viaje a Siena por la insuperable Ruta Chiantighiana.
1 comentario:
Por un instante he podido revivir otro atardecer en el Ponte Vecchio.
Una foto maravillosa.
Feliz estancia.
Sigo en The Wax, por cierto.
Nos vemos.
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