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El verano español cada vez se parece más al africano, es decir, cada día se vuelve más seco, duro e insoportable y, a pesar de los consejos para evitar quemaduras y prevenir el temible cáncer de piel, los jóvenes y algunos no tan jóvenes, inundan los jardines o las piscinas públicas y tratan de aprovechar cualquier rayo de sol para “coger color” y ponerse morenos.
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Las actividades veraniegas se intensifican a medida que sube la temperatura, especialmente aquéllas relacionadas con la vida en las terrazas y los bares que abren sus puertas de par en par para recibir a los sedientos turistas que saborean una “caña” (vaso de cerveza) o un vermú de grifo con pincho de escabeche. Según el Anuario Económico de España 2005, existen en el país 320 mil 953 bares, cafeterías y restaurantes, lo que supone uno por cada 135 habitantes en promedio. Dicen que en Madrid hay más bares que en Noruega.
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En efecto, la vida cotidiana de los españoles no se puede entender sin la presencia del “bareto de la esquina”, la “tapa” o el aperitivo antes de la comida. Llueva, truena o relampagueé, se sale a la calle y se recuperan los espacios públicos y las plazas para instalar mesitas al aire libre. Muchas de esas tabernas tienen el encanto de las cantinas mexicanas, como La Ópera, La Puerta del Sol o El Nivel, en el centro histórico de la ciudad de México. Los bares madrileños como la Casa Camacho, La Copla o La Huevería son, al igual que sus hermanos mexicanos, tribuna filosófica o mostrador de gramática castellana. Para muestra, este cartel rotulado que puede leerse en uno de estos santuarios dedicados a Baco: “Prohibido cantar, bailar, blasfemar y hablar de política”.
Pasan los siglos, cambian las costumbres, pero sólo las tabernas y las cantinas permanecen como “guaridas de fantasmas”, apuntaría Moncho Alpuente.
1 comentario:
Laura, gusto en saber de tí. He tenido mucho ajetreo los últimos meses, pero veo que sigues bien. Un saludo afectuoso en el recuerdo.
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