Ojos azules, ojos verdes, ojos
cansados. Cansados de mirar al infinito y de esperar. Blas y María vivían en
una casucha en los límites del desierto de Sonora. Los hijos que habían
engendrado ya no estaban, los nietos ni caso les hacían. Solo Canito, un viejo
y pulgoso perro, les acompañaba. Hacía días que no lo veían. A veces, daba
largos paseos y se perdía durante uno o dos días… pero tres semanas ya era
demasiado. Blas y María estaban preocupados y tristes.
De pronto, oyeron un
ladrido. Canito emergió del valle sorteando con cierta dificultad los matorrales
y los cactus que le separaban de la casa. Los viejos se alegraron. Su amado
Canito había vuelto, más flaco de lo que era, con una patita lastimada y sus
ojitos llenos de lagañas.
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