Para escribir Cien Años de Soledad, Gabriel García
Márquez tuvo que encerrarse literalmente en un estudio de la Ciudad de México.
Era un cuarto pequeño, hecho a la medida, en el fondo del jardín de una casa
ubicada en el viejo barrio de San Ángel. Gabo había sido cautivado por una
historia y durante más de quinientos cuarenta días con sus respectivas noches,
no hizo otra cosa que escribirla como un poseso. En sus Memorias, él mismo
cuenta que trabajaba durante horas en aquel habitáculo donde apenas cabía un
viejo sillón, diversos libros de alquimia, botánica y filosofía y un escritorio
en donde no podían faltar varios paquetes de cigarrillos, un buen lote de
folios blancos y un florero con rosas amarillas. Durante dieciocho meses,
mientras Mercedes, su mujer, sostenía afanosamente a la familia, los dos dedos
índice de Gabo teclearon sin tregua la inquebrantable Smith Corona para regalarnos
una de las mejores novelas de todos los tiempos.
Yo, desde luego, no aspiro
a ganar el Premio Nobel de Literatura. ¡Faltaría más! En todo caso, lo que
siempre había soñado era un espacio como el de Gabo, un santuario propio donde
encontrar inspiración, imaginar historias e instalar mi viejo ordenador junto
con el montón de ideas, recortes de periódico, libros y recuerdos que han
viajado conmigo desde que salí de México. Así que cuando me mudé al piso de 50
metros de la calle Tordera, supe que lo había encontrado.
Sin vistas al jardín ni rosas amarillas, mi
“santuario” resultó ser la alcoba oscura de extraña configuración (más parecida
a una L que a un dormitorio digno de llamarse así) y con un par de ventanas que
no dan a ningún lado. ¡Vamos, el tipo de habitación por el que nadie se
pelearía! Excepto, claro está, los que necesitamos un recinto para estar solos,
pergeñar proyectos, leer hasta las tantas y escribir nuestras vergüenzas.
Bautizada con el nombre de la
Baticueva, dado que solo yo tengo acceso a ella y admito ser fan de los héroes
de Ciudad Gótica, es desde hace dos años mi taller de ideas. En él trabajo todos
los días y a cualquier hora, arropada por el mueble modular construido por mi
marido (y que sería la envidia de IKEA), dos estanterías cargadas de libros a
mis espaldas, y en un escritorio que alguna vez fue mesa de jardín. En la
Baticueva siempre hay música. No puedo trabajar sin ella. Repartido por
doquier, está lo mejor de mi biografía: fotos de la familia, postales de los amigos
y un desorden de papeles que solo entiendo yo. Es mi caos organizado.
Delante de mi ordenador y
pegado con chinchetas, tengo el trozo de una carta que García Márquez escribió,
en 1966, a Carlos Fuentes. En ella le confesaba: “Jamás he trabajado en soledad
comparable (...), sufro como un condenado poniendo a raya la retórica, buscando
tanto las leyes como los límites de lo arbitrario, sorprendiendo a la poesía
cuando la poesía se distrae, peleándome con las palabras”.
Inspiración pura a la hora de escribir este texto.
Así que, lo intentaré:
Para escribir Cien Años de
Soledad, Gabriel García Márquez tuvo que encerrarse literalmente en un estudio
de la Ciudad de México. Era un cuarto pequeño, hecho a la medida, en el fondo
del jardín de una casa ubicada en el viejo barrio de San Ángel…
1 comentario:
Laura, me gusta lo que escribes, saludos :-)
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