Al calor de una
probable herencia, los sobrinos de la tía Leila la rodearon en su lecho de
muerte. La pobre vieja languidecía entre almohadones de seda y crucifijos de
marfil. Un cirio puesto a San Judas Tadeo parpadeaba a punto de extinguirse.
“Orshbud”, musitaron de repente sus labios
moribundos. “¿Orshbud?”, exclamaron todos en voz baja. “¿Será la clave
de acceso al ordenador?”, pensó Beto, el más joven, pero recordó que la tía
nunca tuvo uno, a lo más que llegó fue a un vídeo VHS donde veía sus películas
favoritas.
“¿Será el nombre
del banco suizo donde tiene el dinero?”, sospechó Daniel, el sobrino
emprendedor que siempre estaba en la ruina, mientras sumaba y restaba
mentalmente el patrimonio de la solterona.
Entonces, Renata,
la melodramática de la familia, se atrevió a decir en voz alta lo que todos adivinaban:
“Es su último estertor. ¡Se nos ha ido la pobre Leila!”. Su hermana Carmen
dio un brinco y entre sollozos recorrió la vista por aquel cuarto encerrado y
oscuro intentando localizar la cajita de las joyas. “¿Dónde la habrá escondido?
¿Orshbud no era el nombre de su diamante favorito?”, se preguntó sonándose
ruidosamente la nariz.
Todos, menos
Juan, hacían cuentas, saldaban deudas, planeaban viajes imaginarios. Juan era
el sobrino que mejor conocía a la tía Leila porque era el único que la
visitaba. Pasaban tardes enteras hojeando viejos álbumes de fotos de cuando ella
hizo sus pinitos en Hollywood. ¡Era tan bella que hasta el mejor director de
todos los tiempos sucumbió a sus encantos! Tía y sobrino disfrutaron de inolvidables
tardes de buen cine, llorando en la última escena de Casablanca, o
carcajeándose con alguna película de los Hermanos Marx.
Solo él conocía
el significado de aquella extraña palabra. Bastaba con revisar el vídeo para
darse cuenta de que la última película que Leila vio antes de morir fue
Ciudadano Kane y que, ya sin dentadura postiza y paralizada de medio cuerpo, lo
único que intentó balbucear fue “Rosebud”.
Nadie entendió
por qué Juan guiñó un ojo y sonrió con picardía al techo. Era su adiós al
espíritu de Leila que ya volaba a los brazos de su amado Welles.
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