a Francisco Toledo
¿Qué hace un hombre viejo volando papalotes? Papalotes,
y no cometas de papel. Mariposas, en náhuatl. El origen de la palabra lo dice
todo.
Este viejo-loco, niño-sabio, vuela no uno, sino cuarenta
y tres papalotes que encarnan cuarenta y tres vidas truncadas por la barbarie. Cuarenta
y tres papalotes que arrastran sus largas y blancas colas de hilacho, que
juegan con el viento y el sol, y cortan el aire –y la respiración- como rápidas
y silenciosas saetas. Nada, ni los árboles ni las nubes pueden alcanzarlos, ni
siquiera el horror que rompió las vidas de cuarenta y tres jóvenes, pobres,
indígenas, futuros maestros de indígenas pobres, igualitos a ellos, que revolotean
sobre nuestras conciencias.
Seis meses han pasado desde la masacre. Este
viejo-chiflado, niño-sabio, es solo un artista iluminado, acaso el más grande
de todos, que nos recuerda con sus papalotes blancos y luminosos que la vida también
se parte con un sonoro crujido, como el hilo que permite el vuelo de sus
mariposas de papel.
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