Hace 30 años, por primera vez en la historia de la
televisión mexicana, un equipo de producción de la empresa Televisa, encabezado
por María Victoria Llamas, renunció por motivos de censura. Orgullosamente yo
formé parte de ese grupo de profesionales solidarios y decentes. ¿Nuestra
falta? Haber diseñado y producido dos programas serios, bien documentados y
reconocidos por su respeto a las personas afectadas por VIH-Sida. Lo que quería
el propietario de la entonces televisora más importante del país, era una
emisión sesgada, amarillista y claramente morbosa. Se han dado algunos pasos,
sin duda, pero la deuda de los medios de comunicación con respecto del tema
sigue siendo inmensa.
viernes, 1 de diciembre de 2017
sábado, 25 de noviembre de 2017
Este 25 de noviembre
Entre los países de América Latina, México es uno
de los que presenta mayores índices de violencia de género: casi 60% de las
mujeres la ha padecido en alguna de sus manifestaciones. De acuerdo con datos
ofrecidos por ONUMUJERES, tres de cada cien mujeres que acuden a denunciar son
asesinadas en represalia. ¿No es aterrador?
Según las estadísticas vitales de mortalidad del
Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (de principios de marzo
de 2016), en los tres años de gobierno de Enrique Peña Nieto 6 mil 488 mujeres
han sido asesinadas en el país, es decir, en promedio seis cada día. De ellas,
1 mil 117 son niñas y adolescentes de entre 0 y 19 años de edad, lo que
representa el 17% del total de mujeres víctimas de homicidio en territorio mexicano.
Para documentar aún más nuestro pesimismo, de
acuerdo con la organización civil Católicas por el Derecho a Decidir, durante
la primera mitad del gobierno de Felipe Calderón (2007-2009) se registraron 4
mil 433 feminicidios en trece estados mexicanos y 3 mil 976 desapariciones
forzadas tan sólo en el último año y medio. De éstas últimas, el 51% fueron
mujeres entre los 11 y los 20 años, lo que indica que este delito está
directamente relacionado con la trata de mujeres, asevera esta organización. Un
simple ejercicio de comparación nos revela que con Peña Nieto hay un 46% más de
mujeres asesinadas.
No, señores, el feminicidio no es un crimen
pasional, como lo califican algunos medios de comunicación, tampoco es una
situación que provocan las mujeres (“se lo buscó”, dicen algunos). No, no es un
simple homicidio. Medítenlo.
lunes, 20 de noviembre de 2017
Mujeres y Revolución mexicana
Ya fuera como periodistas, escritoras, enfermeras o
conspiradoras, incluso vendiendo sus bienes materiales para sostener el
movimiento revolucionario, la participación de las mujeres en la Revolución
Mexicana fue amplia y valerosa.
Gracias a una investigación elaborada por Lorena
Hernández Reyes, de la Universidad Autónoma del Estado de México, hoy conocemos
los nombres de numerosas mujeres que arriesgaron todo por un ideal.
Periodistas y escritoras fuera de serie
Las periodistas formaron parte de un grupo de mujeres
sumamente activas en lo político y social. Fundaron periódicos de oposición al
régimen y en defensa de las clases desvalidas. Como ejemplo están:
- Juana Belén
Gutiérrez de Mendoza dirigió el
periódico Vésper, consagrado a defender a los mineros y a combatir la
dictadura.
- Guadalupe Rojo
viuda de Alvarado, directora
del periódico Juan Panadero (periódico difundido en Guadalajara y después
en México), fue presa en la cárcel de Belén por defender a los campesinos
de Yautepec.
- Emilia Enríquez
de Rivera, “Obdulia”, sostenía
ideas renovadoras en la revista Hogar; mientras que Julia Sánchez,
“Julia Mata”, lanzaba violentas críticas a la oligarquía en El látigo
justiciero.
- Desde la sierra de
Guerrero Dolores Jiménez y Muro, fue coronela redactora del Plan
Político y Social. En este documento —escrito por revolucionarios de cinco
entidades de la República— se desconoció el régimen Porfirista.
- María Hernández
Zarco se hizo notable porque en
1913, cuando todas las imprentas de la capital se negaron a imprimir el
discurso del Senador Belisario Domínguez —en donde condenaba el régimen de
Victoriano Huerta—, ella lo hizo a escondidas, por las noches, en el taller
de Adolfo Montes de Oca, donde trabajaba.
- Hermila Galindo, de Ciudad Lerdo fundó la revista Mujer moderna
y solicitó el voto femenino al Constituyente de 1916; también hizo
propaganda a favor de Venustiano Carranza.
Conspiradoras que lo arriesgaron todo
En los complots, paso de armas, correos y difusión de
noticias, nadie como las mujeres de la familia Serdán. Sobresalieron Carmen
Serdán, hermana de Aquiles; Carmen Alatriste, su madre; y Francisca
del Valle, su esposa; también se involucraron Guadalupe, Rosa y María
Narváez, quienes coordinaron las operaciones en el estado de Puebla,
imprimieron y repartieron proclamas, así como distribuyeron armas, para luchar
contra el régimen de Díaz. Carmen Serdán y las hermanas Narváez fueron las
primeras colaboradoras del movimiento precursor; después, participaron como
orientadoras ante la dispersión originada por el asesinato de Serdán y
trabajaron en la distribución de armas, correos, noticias y órdenes.
Asociaciones femeninas y sindicalistas destacadas en la
revolución
Numerosas mujeres fundaron clubes liberales y
antirreleccionistas, y mantuvieron el espíritu de lealtad a la democracia y
protesta contra la usurpación Huertista. La profesora María Arias Bernal organizó
el Club Lealtad, junto con Dolores Sotomayor, Inés Malváes, María Elvira
Bermúdez y Eulalia Guzmán. Aparte de defender a los presos políticos y
difundir noticias y propaganda, todas las semanas organizaban manifestaciones
ante la tumba de Madero y Pino Suárez.
Mención aparte merecen las mujeres que fundaron en
1906 la Sociedad de Empleadas de Comercio, ellas son precursoras del
sindicalismo. Sus actividades fueron principalmente asistenciales: fundar
academias de comercio, de música, un gimnasio, una caja de préstamos a socias
enfermas. Estas precursoras tienen nombre y apellido, entre ellas Isabel
Díaz de Pensamiento, Anselma Sierra, Carmen Cruz, Margarita y Guadalupe
Martínez y Lucrecia Toriz.
Dos Coronelas bien fajadas
Carmen Alanís se levantó en armas en Casas Grandes (Chihuahua) y participó en la toma
de Ciudad Juárez con 300 hombres a su mando.
Juana Gutiérrez de Mendoza y La China comandaron un batallón formado por las viudas, hijas
y hermanas de los combatientes muertos.
¡Viva la Revolución mexicana! ¡Vivan las mujeres!
domingo, 10 de septiembre de 2017
Una vieja gloria del boxeo
Hora punta en la pequeña pero caótica ciudad de
Florencia. Línea de autobús 32 con destino a Grassina. Un hombre mayor,
robusto, con aire de galán de otros tiempos, que pudo haber sido protagonista
de cualquier película de Federico Fellini, está sentado frente a una mujer
madura, guapa y sonriente. Ella tiene algo de la Cardinale, quizás la mirada
todavía coqueta. Ambos conversan, él le cuenta una historia y la hace reír. Los
pasajeros, mientras tanto, intentan subir al autobús que se va llenando cada
vez más.
De repente, el hombre empieza a entonar
una vieja canción de amor. Podría ser una canción napolitana. La mujer le
brinda una sonrisa de dientes perfectos, con un guiño le da las gracias y se apea
en la siguiente parada. Queda claro que no viajan juntos. El viejo no se
amilana y, a pesar de los empujones del pasaje y los frenazos del conductor,
sigue cantando al amor con su gastada pero afinada voz de tenor. Esa balada le debe
traer recuerdos de otros tiempos, de cuando era joven y era amado. Algunos le
escuchan, otros esbozan una risita de condescendencia.
Unas calles más adelante, un hombre de
mediana edad con una evidente cojera y que tiene pinta de ser un obrero de la
construcción, ocupa el lugar que la mujer ha dejado. Parece sacado de una
película de Pier Paolo Passolini. El recién llegado observa y escucha al viejo;
le mira de reojo con cierta desconfianza hasta que termina de cantar. Entonces,
se establece un hilo invisible de empatía, el hielo se rompe e inician una
conversación conmovedora, podríamos decir que hasta cálida. Sin saber por qué, están
a punto de compartir sus historias dentro de un autobús atestado de pasajeros
cansados que lo que único que desean es llegar a casa.
El hombre fellinesco le confiesa al
obrero passoliniano que, alguna vez, él también fue joven y fuerte, disfrutó de
la vida y del amor, fue un boxeador más o menos conocido y, para demostrárselo,
saca de su ajada cartera una vieja fotografía en blanco y negro donde se le ve
con cuerpo musculoso. Pero los años -¡ay, los malditos años que no pasan en
balde!- le han obligado a usar bastón, moverse con cierta dificultad y, ¿por
qué no decirlo?, a estar solo. Entonces, el joven obrero le confiesa que él, en
cambio, aunque posee la juventud y ama el deporte padece una discapacidad que
le impide hacerlo. Ambos filosofan sobre las contradicciones de la vida,
lamentan sus particulares desgracias y reconocen, dentro de las cuatro paredes
de un traqueteante autobús, lo que tienen en común a pesar de sus obvias
diferencias.
El filosófico diálogo continúa unas
calles más arriba hasta que nuestra vieja gloria del boxeo llega a su destino.
Con dificultad se levanta, se despide cortésmente de su nuevo amigo y baja del
autobús de la línea 32, destino a Grassina. Mientras, el joven obrero lo sigue
con la mirada, atento a sus pasos vacilantes y se despide con una sonrisa
fraternal, como de alguien que sabe con certeza que él también será, algún día,
ese hombre mayor que cantará canciones de amor a quien quiera oírlas.
martes, 8 de agosto de 2017
Ladrón
Era una noche sin luna. Escuché que
alguien venía hacia mí. En la esquina encontré al dueño de aquellos pasos. Nos
vimos. Un brillo surcó el espacio. El tiempo se detuvo. Me clavaste una mirada
y yo no pude hacer otra cosa que robarte el corazón.
sábado, 5 de agosto de 2017
Cambio climático
La puerta del ascensor se abrió y lo que descubrí en su
interior me dejó helada. En medio del estrecho cubículo encontré un trozo de
iceberg.
¿Por qué estoy segura de que se trataba de un cacho de
iceberg y no de un simple pedazo de hielo? Pues, porque en algún lugar había
leído que hay gente que últimamente encuentra témpanos de distintos tamaños en
muchos sitios insospechados del planeta. Algunas personas aseguran haberse
tropezado con enormes fragmentos hasta en el portal de sus casas. Incluso, hay
quien dice que nuestras costas no tardarán en desaparecer bajo el manto de agua
gélida que se aproxima cada vez más desde el norte. Yo, la verdad, no sé qué
pensar. Algunos opinan que son tonterías. Sin ir más lejos, mi vecino del primero
derecha, el que tiene un primo científico, afirma que estas noticias son tan
exageradas como decir que descendemos del mono, vaya.
Por otra parte, según la Enciclopedia Británica, el
iceberg se caracteriza por su transparencia, brillo y estructura, y el cachito
del ascensor era una especie de cuarzo cristalino, de fino brillante y con
destellos glaciales. Precisamente, cautivada por esa extraña belleza, lo recogí
con sumo cuidado, lo llevé a casa y me hice con él un delicioso gin tonic, ideal para mitigar estos
calores invernales.
viernes, 26 de mayo de 2017
La Tierra tiene forma de pera
“La Tierra
tiene forma de pera”. Así de
contundente y absurda era la tía Vita. De nada le valían las fotos satelitales,
ni la opinión de los astrónomos ni de los científicos de la NASA. Para ella, el
planeta tenía forma de pera… y ya está.
En todas las familias siempre hay una tía soltera,
pero la nuestra era única. Quizás por esa tozudez tan suya nunca se casó,
aunque pretendientes no le faltaron. A sus maneras inexplicables e ilógicas
llegaron a acostumbrarse sus sobrinos. Les hacía gracia sus comentarios llenos
de humor, sus recuerdos de otros tiempos, su voz caprina cuando cantaba algún
bolero.
La tía Vita era adicta a las compras en El Palacio
de Hierro, el mejor almacén de la ciudad. Era su madriguera favorita y ostentaba
una tarjeta de crédito que, debidamente protegida en una carterita de plástico
amarillo, sacaba con desparpajo en la adquisición de faldas y camisas de
variados estilos; aunque llegó a coleccionar más de sesenta blusas, siempre
usaba la misma: una blanca de lacito al cuello. Aficionada a la lectura
clandestina de la revista HOLA en el Sanborn´s del Ángel, otra de sus guaridas
preferidas, llegó a ser experta en la vida y obra de todos los miembros de las
casas reales europeas de los que contaba sus intimidades como si de una prima
cercana se tratara. Antes de relatar el último chisme de alguna princesa
monegasca, tosía con discreción, miraba de un lado a otro - como si temiera que
alguien más la oyera- y con cierto retintín reseñaba la historia. Incapaz de expresar
una grosería, prefería decir que fulanita tenía fama de “frutita”, o que
perenganito era “un ojo alegre”. Cuando un hombre abandonaba a una mujer –cosa
muy común en México- la tía Vita soltaba frases como “zutanito le hizo al
patito zambullidor”. A ella le debemos conceptos como el célebre: “entre esos
dos hablan latín, latón y lámina acanalada”, cuando de unos amantes se trataba.
Poseía como nadie el don de inventarse colores, de ahí el “gris munición” o “el
rojo enchilado”. Ningún Pantone se le resistía.
La nota roja también ejerció una extraña
fascinación en ella. Se aficionó a recopilar datos de última hora de cualquier
suceso donde hubiera muertos y heridos: desde terremotos y ataques terroristas,
hasta vulgares crímenes de pasión. ¡Ay de ti si te adelantabas a darle la mala
noticia! Te miraba con algo de reconcomio y te preguntaba, “¿quién te lo
dijo?”. De hecho, bajo su colchón, llegó a esconder decenas de ejemplares del
sensacionalista ALARMA que, cuentan las malas lenguas, leía con avidez cada
noche. Sin duda, hubiera sido una gran reportera de sucesos.
sábado, 1 de abril de 2017
La Mary y los presocráticos
De
camino al examen, la Mary se detiene en el kiosko de la esquina para ver la
portada del ¡Aquí hay tomate! El vestido de la Pedroche es LA noticia
del día. Ella quiere copiar el modelito para la fiesta de graduación de la ESO.
Pero ¡claro!, primero tiene que pasar el puñetero examen de Ética. ¿Para qué
coño quiero saber yo de ética si me voy a dedicar a la pelu, como la Raquel? ¡A
quién le importan los presocráticos si aquí los que mandan son los putos
chinos! ¡Ay, que boquita te cargas, Mary! “Hablas como una verdulera”,
le dijo ayer el Pedro. Le jodió el comentario porque eso no quiere decir nada
de cómo son las personas. Además, ¿cómo hablan las verduleras? La Paqui, la de
abajo de su casa, habla sin chillar ni soltar tacos. ¡Me cago en la hostia!
La gente no puede decir que eres mala o buena por si dices un taco o diez
¡joder! Puede parecer que soy muy chunga, que no digo que no lo sea. La gente
que no me conoce puede llegar a pensar que soy una cabrona porque hablo
gritando y asín un poco… ¡A mi manera, coño! Soltando muchos tacos, como hablan
en mi casa, se mosquea. Pero quien conoce a la Mary sabe muy bien que tiene
“un corazón más gordo que el culo de la Belén Esteban”.
¡Uy,
qué chulo está el vestido de la Pedroche! Si tuviera pasta, tendría toda la
ropa que usa ella, llenaría un salón entero como el vestidor de la de Sexo en
Nueva York, ¡esa tía sí que mola! O como la Merin Estríl de El Diablo viste de
Prada. Nunca me faltaría de nada. Sueña. La Mary da una última
ojeada a la revista. Sabe que va tardísimo al insti. Checa el móvil, ve
la hora y se detiene un rato más en la foto del perro que le regaló el Dosel a
la Steisy en “Hombres y mujeres y viceversa” ¡Es más mono! El Dosel, el Dosel.
A la Mary, los perros no le gustan. Huelen mal y sueltan pelo. El otro día,
en la clase de Ética, el profe dijo que los que no quieren a los animales son
malas personas. ¿Fue en la clase o lo escuchó en la tele? Bueno, da igual. Si
no me gustan los perros, ¿por qué tengo que ser mala persona, como mucho sería
un mal perro, no? O una mala perra… jaja. Es que, de verdad tía, hasta que no
conoces a las personas no sabes si son chungas o guays, sonríe. “Lo
gorda que se ha puesto la Pataki”, exclama cuando a su lado pasa la Jessi. “Tía,
que llegas tarde al examen”. Le cae mal la Jessy porque es una empollona de
mierda. Pero, esta vez, tiene razón. Si quiere verse como la Pedroche, tiene
que pasar el último examen del curso. Presocráticos… ¡que os follen, tíos!
miércoles, 15 de marzo de 2017
Cortoletrajes... ya en Amazon.
¿Qué
tienen en común una pareja de enamorados, una mujer moribunda y la voz
atronadora de Tláloc? Descúbrelo en Cortoletrajes.
Un libro de relatos cortos cuyo hilo conductor entreteje temas como el exceso o
la falta de comunicación, el abuso del poder o el amor no correspondido. Son
pequeñas historias con las que seguramente te acabarás identificando.
Ya en AMAZON.
jueves, 2 de marzo de 2017
Detrás de una guerra, siempre hay un hombre
Les guste o no a los hombres
que lean esto, estamos hablando de un hecho demostrado. La violencia y las
guerras han estado dominadas siempre por ustedes. Las cifras no mienten.
Tampoco miente la historia militar: los ejércitos han estado formados por
hombres que han sido ejecutores casi en exclusiva de la violencia, así como sus
principales víctimas. Solo en el siglo XX, los conflictos desencadenados y
ejecutados por varones se cobraron la vida de entre 136 y 148 millones de
personas. Está claro que, desde hace milenios, el ser humano ha demostrado una increíble
capacidad de matar, y, además, de hacerlo en masa y sostenidamente. Para ello
se ha servido de cualquier cosa a su alcance: un machete, un AK-47, explosivos
convencionales o bombas atómicas.
Por si esto
fuera poco, la violencia sexual contra las mujeres es omnipresente, ha sido
alentada como arma de guerra y constituye uno de los capítulos más vergonzosos
y más silenciados de la historia de los conflictos bélicos. Para nuestra
desgracia, esta violencia sexual ocurre en todos los países que están en
guerra. De acuerdo con cifras de la ONU, hoy, en pleno siglo XXI, en la
República del Congo han ocurrido alrededor de 200.000 violaciones, una cifra
similar a la ofrecida para Ruanda. No hay que irse muy lejos del mundo
“civilizado y culto”, no hay que adentrarse al corazón de África: en el
conflicto de la antigua Yugoslavia se estima que entre 20.000 y 50.000 mujeres
fueron violadas. A esta barbarie hay que agregar el aborto selectivo de niñas,
los crímenes de honor, el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual o
la mutilación sexual, que afecta a 130 millones de mujeres.
La violencia
sexual ejercida contra niñas y mujeres en las zonas de conflicto ha sido tan
abrumadora que en su Resolución 1.325 de 31 de octubre de 2000, la Organización
de Naciones Unidas hizo visible por primera vez la necesidad de una protección
explícita y diferenciada para ellas en escenarios de conflicto. Según Naciones
Unidas, el 70% de las mujeres han experimentado alguna forma de violencia a lo
largo de su vida, una de cada cinco de tipo sexual. Y lo que es aún más
increíble, las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidad de ser
atacadas por su pareja o asaltadas sexualmente que de sufrir cáncer o tener un
accidente de tráfico.
Dice el
politólogo José Ignacio Torreblanca, “podemos prohibir las armas largas, las
armas cortas, las minas anti-persona, las bombas de fósforo o de fragmentación,
las armas bacteriológicas, químicas y nucleares, pero al final estaremos
siempre en el mismo sitio: detrás de cada arma habrá un varón”. Aterrador.
domingo, 26 de febrero de 2017
Un día cualquiera
A
Irene le dieron la mejor noticia de su vida. ¡Había ganado una beca para
estudiar en la capital! Estaba ansiosa por contárselo a su padre que no tardaría
en recogerla del cole. Si todo salía bien -y a Dios le pedía que así fuera-
podría estudiar medicina y curar a su mamá y mandar dinero a sus hermanos y… y…
hacer su vida bien lejos. Desde niña, Irene había sorprendido a sus profesores
por sus notas y buena disposición para el estudio a pesar de sus circunstancias.
Por eso, no dudaron en recomendarla para obtener una jugosa beca que concedía
el hombre más rico del país. “Esta chiquita, con apoyo y recursos, podría
llegar muy alto”, le aseguraron.
Apenas tenía 16 años pero Irene ya había madurado
lo suficiente como para saber que no quería vivir la misma vida de su pobre
madre. Siempre tan abnegada, tan enfermiza, tan poquita cosa. Siempre en la
penumbra, llenándose de hijos, sirviendo a todos, comiendo lo que dejaban los
niños. Irene la quería muchísimo pero, a veces, le pesaba tener que ayudarla en
el quehacer de la casa, sobre todo, cuando le daban esas horribles migrañas que
la noqueaban dos días seguidos. Entonces, ella tenía que asumir
responsabilidades que no había pedido y dejar a un lado sus deberes escolares.
Pasaban
los minutos y su papá no llegaba. Era extraño porque él era muy puntual. Los
últimos profesores se marcharon, no sin antes felicitarla de nuevo por sus
logros, y Tomás, el conserje, se puso a barrer la entrada del colegio.
Con sus libros abrazados al pecho y la mochila
cargada de cuadernos rendida a sus pies, Irene vigilaba ansiosa la calle por la
que siempre entraba el coche. “¡Uy, se me hace que ya te abandonaron, niña!”,
le dijo Tomás, “¿quieres que, mientras termino de barrer, te saque una sillita
pa’ que descanses?”. Irene se sentó a esperar y a imaginar la cara que pondrían
todos en casa cuando les anunciara que se iría a estudiar fuera. Fantaseaba con
la idea de lo que sería su vida en la capital, teniendo por fin una habitación
para ella sola, rodeada de libros, saliendo con nuevas amigas, echándose un
novio, ¿por qué no? De repente, una mezcla de tristeza y amargura le empañó la
mirada. Pensó en su madre. En lo inútil que se había vuelto desde la última vez
que la ingresaron. “¡Ay, diosito, que se ponga bien! A lo mejor esta noticia la
anima y se alivia”, murmuró con los ojos cerrados. Apretándolos aún más y
acariciando sus libros como si de un pretendiente se tratara, Irene siguió
hablando con Dios. “Señor, este es el sueño de mi vida. Yo he sido buena, obediente;
me he hecho cargo de la casa, de mis hermanos, nunca le he faltado a nadie…
¡por favor!, te pido que todo vaya bien y que pueda irme a estudiar, ¡por favor,
te lo pido!”.
Abrió un ojo y atisbó a lo lejos el viejo Chevrolet.
Venía despacio, muy despacio. En los ojos pequeños de su padre alcanzó a
distinguir unas gafas oscuras y un pañuelo blanco en su mano izquierda.
Conducía lento como si quisiese retardar la llegada una eternidad. A Irene se
le fue borrando la sonrisa. En su lugar, le brotó un nudo en la garganta que,
sin embargo, no fue tan punzante como el ramalazo que sintió en la boca del
estómago.
¡Pobre
Irene! Y hay quien dice que soñar no cuesta nada.
viernes, 24 de febrero de 2017
domingo, 19 de febrero de 2017
La Baticueva
Para escribir Cien Años de Soledad, Gabriel García
Márquez tuvo que encerrarse literalmente en un estudio de la Ciudad de México.
Era un cuarto pequeño, hecho a la medida, en el fondo del jardín de una casa
ubicada en el viejo barrio de San Ángel. Gabo había sido cautivado por una
historia y durante más de quinientos cuarenta días con sus respectivas noches,
no hizo otra cosa que escribirla como un poseso. En sus Memorias, él mismo
cuenta que trabajaba durante horas en aquel habitáculo donde apenas cabía un
viejo sillón, diversos libros de alquimia, botánica y filosofía y un escritorio
en donde no podían faltar varios paquetes de cigarrillos, un buen lote de
folios blancos y un florero con rosas amarillas. Durante dieciocho meses,
mientras Mercedes, su mujer, sostenía afanosamente a la familia, los dos dedos
índice de Gabo teclearon sin tregua la inquebrantable Smith Corona para regalarnos
una de las mejores novelas de todos los tiempos.
Yo, desde luego, no aspiro
a ganar el Premio Nobel de Literatura. ¡Faltaría más! En todo caso, lo que
siempre había soñado era un espacio como el de Gabo, un santuario propio donde
encontrar inspiración, imaginar historias e instalar mi viejo ordenador junto
con el montón de ideas, recortes de periódico, libros y recuerdos que han
viajado conmigo desde que salí de México. Así que cuando me mudé al piso de 50
metros de la calle Tordera, supe que lo había encontrado.
Sin vistas al jardín ni rosas amarillas, mi
“santuario” resultó ser la alcoba oscura de extraña configuración (más parecida
a una L que a un dormitorio digno de llamarse así) y con un par de ventanas que
no dan a ningún lado. ¡Vamos, el tipo de habitación por el que nadie se
pelearía! Excepto, claro está, los que necesitamos un recinto para estar solos,
pergeñar proyectos, leer hasta las tantas y escribir nuestras vergüenzas.
Bautizada con el nombre de la
Baticueva, dado que solo yo tengo acceso a ella y admito ser fan de los héroes
de Ciudad Gótica, es desde hace dos años mi taller de ideas. En él trabajo todos
los días y a cualquier hora, arropada por el mueble modular construido por mi
marido (y que sería la envidia de IKEA), dos estanterías cargadas de libros a
mis espaldas, y en un escritorio que alguna vez fue mesa de jardín. En la
Baticueva siempre hay música. No puedo trabajar sin ella. Repartido por
doquier, está lo mejor de mi biografía: fotos de la familia, postales de los amigos
y un desorden de papeles que solo entiendo yo. Es mi caos organizado.
Delante de mi ordenador y
pegado con chinchetas, tengo el trozo de una carta que García Márquez escribió,
en 1966, a Carlos Fuentes. En ella le confesaba: “Jamás he trabajado en soledad
comparable (...), sufro como un condenado poniendo a raya la retórica, buscando
tanto las leyes como los límites de lo arbitrario, sorprendiendo a la poesía
cuando la poesía se distrae, peleándome con las palabras”.
Inspiración pura a la hora de escribir este texto.
Así que, lo intentaré:
Para escribir Cien Años de
Soledad, Gabriel García Márquez tuvo que encerrarse literalmente en un estudio
de la Ciudad de México. Era un cuarto pequeño, hecho a la medida, en el fondo
del jardín de una casa ubicada en el viejo barrio de San Ángel…
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